jueves, 21 de junio de 2012

"EL VIEJO MAESTRO"

Se abre una puerta
la cruza una sombra y luego se cierra.
Avanza despacio la silueta
por el piso ondulado de desgastada madera
de un iluminado pasillo,
por la luz de dos rígidas velas,
cumpliendo así la función
de una polvorienta y ciega,
bombilla solitaria
que de un amarillento techo cuelga.

Con parsimoniosa tranquilidad
se coloca una chaqueta,
es D. Antonio, músico, compositor
y jubilado maestro de escuela
que se dispone a dar un paseo
en esta hermosa mañana de primavera.
Camina despacio, no tiene prisa,
pues nadie le espera,
sigue el camino que va hasta el arroyo
y cruza el viejo puente de piedra.
Se dirige hacia un solitario chopo
que hay en la ribera,
dándole una palmadita en el tronco
como si se tratase de un colega,
le da los buenos días
con una sonrisa tierna.

Coloca cuidadosamente el pañuelo
en un calizo y luego se sienta.
Apoya la barbilla en la empuñadura
del bastón que sus manos sujetan,
después de haberse inclinado el sombrero
hacia delante por si el sol le molesta.

Se queda inmóvil y observa
como un pajarillo corretea
detrás de las larvas e insectos
que hasta la orilla del arroyo llegan.

Una pequeña rana sale del agua
y en la cálida arena de la junquera
se sienta sobre sus cuartos traseros
adoptando posición de espera
para lanzar su lengua pegajosa
sobre algo que merezca la pena.

En las flores de tomillo
que tiene frente a sus piernas,
se intercambian los zumbidos
de las incansables abejas,
que recolectan el trabajoso polen,
mientras liban el dulce néctar.

El viejo maestro sigue observando
como unas  hábiles golondrinas pegan,
debajo del alero de un cobertizo
el húmedo barro que en sus picos llevan,
mientras Séneca, un pequeño burro,
asoma por el postigo de la puerta
saboreando en su día libre
un puñado de habas secas,
pues hoy es domingo, no tendrá
que mover la noria de la huerta.

Una desgarbada garza,
que en mitad del arroyo se encuentra,
se apoya sobre una de sus zancas
y con el pico sobre el agua y en máxima alerta,
espera con cautela y con paciencia
a que en el fondo algún pez se mueva
para con un ataque mortal, al escamado
y distraído animal, capturarlo por sorpresa.

El relajante sonido del agua
que produce la pedrera,
hace que el viejo se recueste
sobre la soleada madera
del voluminoso tronco que se yergue
tras su espalda mientras cierra
los párpados lentamente
con una leve sonrisa puesta.

De fondo se oyen los repiques
de las campanas de la iglesia,
ha pasado media mañana
y el anciano no despierta.
Un extraño silencio se hace
en toda la ribera,
un leve suspiro suena
a la vez que el bastón cae
sobre la verde y joven hierba,
haciendo despejar la duda
de la más triste realidad,
siendo su árbol amigo,
el último en sentir los latidos
de un corazón en la más absoluta soledad,
cuya muerte me hace pensar,
que las cosas más simples de la vida,
te hacen a veces la mayor y más grata compañía
que el resto de la humanidad.


SANTIAGO SERRANO BRAVO.

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